sábado, 17 de noviembre de 2007

El Faedo

Érase una vez que, en un paraje conocido como el Faedo, existía un hermoso bosque. Los más ancianos decían que el bosque ya estaba allí cuando llegaron los reyes, pero lo cierto es que ya existía cuando no había bosques, porque no había otra cosa que árboles.

De alguna forma, el bosque había sobrevivido al tiempo. Tal vez porque los hombres que allí vivían sabían cuáles eran las cosas realmente importantes. Tal vez porque hay cosas que son más valiosas que el oro, porque con oro no pueden comprarse.

El caso es que llegó un día en el que se decidió que el bosque debía desaparecer. La cruel decisión fue tomada por hombres que no habían paseado por sus senderos, ni habían bebido el agua de sus manantiales, ni habían olido aquella tierra en un día de lluvia. Para ellos no era más que una marca en un mapa, un nombre que no dice nada.

Aquellos hombres decían que no puede detenerse el progreso. Que había que construir una línea de alta tensión. Que no había otra forma. No era cierto, claro. Lo que querían decir es que eso era lo más barato. Porque era lo único que les importaba. Unas cuantas monedas más.

Algún día sabremos qué es lo que pasó con ese bosque, con todos los que allí vivían. Dudo que a nadie le importaran demasiado. Los que querían destruirlo no estaban dispuestos a renunciar a su oro. Los demás no se iban a tomar demasiadas molestias para defenderlo. Nadie iba a ganar votos, ni estaba en un lugar importante, sólo en un pueblo de León. Todos tenían otros problemas, la verdad. Y también estaban preocupados por su oro, me temo.

Tal vez les parezca que esta es una triste historia. Tal vez les ponga un poco tristes. Pero no es esa mi intención. Lo que me gustaría es que, si alguna vez tienen la oportunidad de acercarse a el Faedo y tienen que pasear a la sombra de las torres de alta tensión, me gustaría, digo, que sepan que todo esto es culpa suya.

Porque no estamos haciendo nada.



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