Estos días todos hemos podido ver en televisión como un chaval bastante joven agredía a una joven en un tren, al parecer sin otro móvil que el racismo.
Podríamos abordar este tema desde muchos puntos de vista, pero, como siempre, vamos a caminar por una senda no demasiado explorada.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención del tratamiento de la noticia en los medios de comunicación ha sido la unánime condena al resto de los pasajeros que viajaban en el tren, que no hicieron nada para defender a la joven. Los periodistas, generalmente refugiados en la cómoda seguridad de sus despachos, han despreciado e insultado a estas personas. Son "asquerosos cobardes".
Bueno, me gustaría hacer una confesión incómoda: yo no soy un héroe. Y ahora una acusación: nunca he conocido a ninguno.
Las pocas ocasiones en las que me he visto en problemas (nunca nada grave, la verdad) me he encontrado, de repente, solo. No importa cuántas personas fueran conmigo. Hombre es verdad que luego me he enterado que estaban todos esperando a que las cosas se pusieran mal de verdad para echarme una mano. Incluso se me ha recriminado mi actitud, en general pacificadora, con un si soy yo... o un conmigo podía haber pillado. Pero lo cierto es que en el momento de la verdad, en el momento en el que se separan los hombres de los niños... Nadie. Ha. Movido. Un. Solo. Músculo.
Yo no soy distinto. Nunca me las he visto ante una agresión como la que nos ocupa, pero no puedo asegurarles que hubiera hecho algo más allá de ir a buscar al revisor o a llamar a la policía. Porque a la hora de la verdad uno no es más que un triste urbanita con exceso de peso y demasiado amor por la vida como para arriesgarla por una persona que no conoce de nada. Además, estoy seguro de que, en el caso contrario, ella no movería un solo músculo por mí.
Es la triste realidad, amigos.
Pero podemos consolarnos pensando que los cobardes son los otros, y que nosotros somos como los de las películas, que de un puñetazo tumban al malo. Y que los malos son tan educados como los de las películas, que siempre atacan de uno en uno.
El único consuelo que nos queda es que al tío éste se le ha caído el pelo. Ahora está en libertad provisional, a la espera de juicio, como lo estaría cualquiera que nos hubiera dado una patada a ustedes o a mí. Pero como ha salido en la tele, a ver quién es el guapo, sea juez o fiscal, que deja las cosas así.
Una última reflexión. Al mismo tiempo se ha dado la noticia de que los pasajeros de un tren de Cataluña se ha amotinado, deteniendo el convoy durante 40 minutos porque el revisor le había pedido el billete a un pasajero negro.
No puedo decir si esto está bien o mal. Los revisores que yo he conocido le piden el billete a todo el mundo al comenzar el viaje y luego piden el billete a los que se van subiendo en cada estación. A mí a veces me lo han pedido dos veces, porque me he cambiado de asiento y no aparezco en sus anotaciones. Ignoro si es realmente un acto de racismo, de xenofobia o es una pasada de frenada de los pasajeros, porque a veces al gente es más papista que el papa. Además, aunque hubiese sido un gesto de racismo, no creo que una "rebelión" sea la respuesta. Hay otros cauces para las quejas. Pero bueno, como antes, han salido en la tele, así que al revisor se le va a caer el pelo, sea o no un racista.
Pero mi reflexión va en otro sentido.
¿Con un revisor sí que nos atrevemos, eh?
Gallináceas.
Podríamos abordar este tema desde muchos puntos de vista, pero, como siempre, vamos a caminar por una senda no demasiado explorada.
Una de las cosas que más me ha llamado la atención del tratamiento de la noticia en los medios de comunicación ha sido la unánime condena al resto de los pasajeros que viajaban en el tren, que no hicieron nada para defender a la joven. Los periodistas, generalmente refugiados en la cómoda seguridad de sus despachos, han despreciado e insultado a estas personas. Son "asquerosos cobardes".
Bueno, me gustaría hacer una confesión incómoda: yo no soy un héroe. Y ahora una acusación: nunca he conocido a ninguno.
Las pocas ocasiones en las que me he visto en problemas (nunca nada grave, la verdad) me he encontrado, de repente, solo. No importa cuántas personas fueran conmigo. Hombre es verdad que luego me he enterado que estaban todos esperando a que las cosas se pusieran mal de verdad para echarme una mano. Incluso se me ha recriminado mi actitud, en general pacificadora, con un si soy yo... o un conmigo podía haber pillado. Pero lo cierto es que en el momento de la verdad, en el momento en el que se separan los hombres de los niños... Nadie. Ha. Movido. Un. Solo. Músculo.
Yo no soy distinto. Nunca me las he visto ante una agresión como la que nos ocupa, pero no puedo asegurarles que hubiera hecho algo más allá de ir a buscar al revisor o a llamar a la policía. Porque a la hora de la verdad uno no es más que un triste urbanita con exceso de peso y demasiado amor por la vida como para arriesgarla por una persona que no conoce de nada. Además, estoy seguro de que, en el caso contrario, ella no movería un solo músculo por mí.
Es la triste realidad, amigos.
Pero podemos consolarnos pensando que los cobardes son los otros, y que nosotros somos como los de las películas, que de un puñetazo tumban al malo. Y que los malos son tan educados como los de las películas, que siempre atacan de uno en uno.
El único consuelo que nos queda es que al tío éste se le ha caído el pelo. Ahora está en libertad provisional, a la espera de juicio, como lo estaría cualquiera que nos hubiera dado una patada a ustedes o a mí. Pero como ha salido en la tele, a ver quién es el guapo, sea juez o fiscal, que deja las cosas así.
Una última reflexión. Al mismo tiempo se ha dado la noticia de que los pasajeros de un tren de Cataluña se ha amotinado, deteniendo el convoy durante 40 minutos porque el revisor le había pedido el billete a un pasajero negro.
No puedo decir si esto está bien o mal. Los revisores que yo he conocido le piden el billete a todo el mundo al comenzar el viaje y luego piden el billete a los que se van subiendo en cada estación. A mí a veces me lo han pedido dos veces, porque me he cambiado de asiento y no aparezco en sus anotaciones. Ignoro si es realmente un acto de racismo, de xenofobia o es una pasada de frenada de los pasajeros, porque a veces al gente es más papista que el papa. Además, aunque hubiese sido un gesto de racismo, no creo que una "rebelión" sea la respuesta. Hay otros cauces para las quejas. Pero bueno, como antes, han salido en la tele, así que al revisor se le va a caer el pelo, sea o no un racista.
Pero mi reflexión va en otro sentido.
¿Con un revisor sí que nos atrevemos, eh?
Gallináceas.