jueves, 19 de marzo de 2009
martes, 17 de marzo de 2009
Piratas y Emperadores
Según el prefacio de "Piratas y emperadores", libro de Noam Chomsky, San Agustín cuenta la historia de un pirata capturado por Alejandro Magno, quien le preguntó: "¿Cómo osas molestar al mar?". "¿Cómo osas tú molestar al mundo entero?" - Replicó el pirata - "Yo tengo un pequeño barco, por eso me llaman ladrón. Tú tienes toda una flota, por eso te llaman emperador."
Sin pretender emular al Sr. Chomsky, hemos tenido en los últimos días un nuevo ejemplo de que poco se ha avanzado desde los tiempos de Alejandro de Macedonia.
Tal vez recuerden a aquél hombre que arrojó un zapato a George Bush durante una rueda de prensa, que el ahora ex presidente de Estados Unidos esquivó con envidiable agilidad. Según podemos leer en los medios, este hombre ha sido condenado a una pena de tres años, al considerarse que el acto era una mera ofensa, y no una agresión.
No vamos a justificar desde aquí la acción de este periodista, por más que el Sr. Bush nos resulte profundamente antipático, ni vamos a decir que la pena sea injusta (tal vez algo desproporcionada, pero no deja de ser un intento de ataque a un Jefe de Estado).
Lo que resulta realmente triste es que, tras los siglos trascurridos, y la evolución filosófica y jurídica que tenemos detrás, sigue existiendo una clase privilagiada, compuesta ahora por los políticos, que parecen regirse por una norma distinta a los demás. De suerte que el Sr. Bush, por citar un ejemplo, puede ordenar invadir un país, asesinar a miles de no combatientes, torturar a cientos, puede arruinar la economía de su país en el proceso, arrastrando consigo al resto del mundo civilizado, pero enriqueciendo a sus amigos y a los miembros de su administración de forma cuando menos discutible, sin que al parecer pueda solicitarsele responsabilidad alguna por ello.
Ninguno de nosotros, simples mortales, podemos contar con tal impunidad. Un simple error en el ejercicio de nuestra profesión, que de lugar a daños a un tercero, puede significar una solicitud de indemnización. Pero en cambio parece que nuestros políticos (y algunos banqueros) están por encima del bien y del mal, pueden causarnos grandes perjuicios, y ¿no podemos pedir responsabilidad alguna?
Tal vez sea hora de un cambio de criterio. Es cierto que una exigencia de responsabilidad especial podría conducirnos a la paralización (pues para el político sería preferible no hacer nada que arriesgarse a una exigencia de responsabilidad), pero la alternativa no puede ser la total impunidad. Un cambio de mentalidad, primero, y legislativo, si es necesario, debería ser con todo suficiente para evitar los atropellos a los que tanto nos han acostumbrado.
Si un tutor o un administrador han de rendir cuentas de su gestión ¿por qué no los Presidentes o los Jefes de Estado?. Si un alto directivo de una empresa tiene, a su salida, importantes incompatibilidades y prohibiciones, para evitar que se aproveche de sus contactos o amigos ¿por qué no nuestros dirigentes?
Conservar esta doble vara de medir atenta contra los funsamentos del Estado de Derecho y sólo nos llevará a un importante deterioro de nuestra sociedad, a la creación de una nueva nobleza (que, como todas, controla el acceso a su grupo, en nuestro país a través de la política partidista) sólo formalmente apoyada en la voluntad popular, con unos niveles de abstención cada vez más elevados y un desencanto creciente.
Y recordemos que los cambios, si son necesarios, acaban por producirse, por las buenas o por las malas. Esperemos que en esto sea por la buenas.
Sin pretender emular al Sr. Chomsky, hemos tenido en los últimos días un nuevo ejemplo de que poco se ha avanzado desde los tiempos de Alejandro de Macedonia.
Tal vez recuerden a aquél hombre que arrojó un zapato a George Bush durante una rueda de prensa, que el ahora ex presidente de Estados Unidos esquivó con envidiable agilidad. Según podemos leer en los medios, este hombre ha sido condenado a una pena de tres años, al considerarse que el acto era una mera ofensa, y no una agresión.
No vamos a justificar desde aquí la acción de este periodista, por más que el Sr. Bush nos resulte profundamente antipático, ni vamos a decir que la pena sea injusta (tal vez algo desproporcionada, pero no deja de ser un intento de ataque a un Jefe de Estado).
Lo que resulta realmente triste es que, tras los siglos trascurridos, y la evolución filosófica y jurídica que tenemos detrás, sigue existiendo una clase privilagiada, compuesta ahora por los políticos, que parecen regirse por una norma distinta a los demás. De suerte que el Sr. Bush, por citar un ejemplo, puede ordenar invadir un país, asesinar a miles de no combatientes, torturar a cientos, puede arruinar la economía de su país en el proceso, arrastrando consigo al resto del mundo civilizado, pero enriqueciendo a sus amigos y a los miembros de su administración de forma cuando menos discutible, sin que al parecer pueda solicitarsele responsabilidad alguna por ello.
Ninguno de nosotros, simples mortales, podemos contar con tal impunidad. Un simple error en el ejercicio de nuestra profesión, que de lugar a daños a un tercero, puede significar una solicitud de indemnización. Pero en cambio parece que nuestros políticos (y algunos banqueros) están por encima del bien y del mal, pueden causarnos grandes perjuicios, y ¿no podemos pedir responsabilidad alguna?
Tal vez sea hora de un cambio de criterio. Es cierto que una exigencia de responsabilidad especial podría conducirnos a la paralización (pues para el político sería preferible no hacer nada que arriesgarse a una exigencia de responsabilidad), pero la alternativa no puede ser la total impunidad. Un cambio de mentalidad, primero, y legislativo, si es necesario, debería ser con todo suficiente para evitar los atropellos a los que tanto nos han acostumbrado.
Si un tutor o un administrador han de rendir cuentas de su gestión ¿por qué no los Presidentes o los Jefes de Estado?. Si un alto directivo de una empresa tiene, a su salida, importantes incompatibilidades y prohibiciones, para evitar que se aproveche de sus contactos o amigos ¿por qué no nuestros dirigentes?
Conservar esta doble vara de medir atenta contra los funsamentos del Estado de Derecho y sólo nos llevará a un importante deterioro de nuestra sociedad, a la creación de una nueva nobleza (que, como todas, controla el acceso a su grupo, en nuestro país a través de la política partidista) sólo formalmente apoyada en la voluntad popular, con unos niveles de abstención cada vez más elevados y un desencanto creciente.
Y recordemos que los cambios, si son necesarios, acaban por producirse, por las buenas o por las malas. Esperemos que en esto sea por la buenas.
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