Es oficial. Se les ha ido la
olla.
Supongo que habrá un término
médico para lo que les pasa, pero lo desconozco.
Esta semana hemos podido ver como
una policía en funciones de escolta ha impedido que un senador hable con el
presidente del gobierno en el parlamento, como el partido mayoritario se niega
a que comparezcan en el parlamento varios altos funcionarios, responsables
políticos y económicos (algunos lo habían pedido ellos mismos) y como se está
rompiendo la disciplina de partido en León, en vista de que el ministro Soria
quiere acabar con la cuencas mineras ya, en vez de dejarlas que se desangren
lentamente como se estaba haciendo hasta el momento, con gran éxito.
Ah sí, ahora también se insultan
entre ellos.
La semana pasada alguien había
decidido cerrar un colegio en la montaña, en Riaño y que los niños hicieran 120
kilómetros diarios por carreteras de montaña en invierno para aprender a leer y
escribir, esas cosas que tienen los pobres. El ministro Wert, que pasó por aquí
esta semana, acabó por reconocer que esto no es una alternativa, que el
gobierno no está para hacer ingeniería social y decirle a la gente dónde tiene
que vivir, y que si hay que dejar el colegio de Riaño abierto qué se le va a
hacer.
Creo que esta reflexión, un oasis
de racionalidad dentro del desierto de sinrazón que nos vemos obligados a
cruzar cada día, debería extenderse por todas las administraciones, empezando
por el propio autor de las declaraciones, que parece no aplicarla tan a menudo
con sería deseable.
Nos han arrojado en manos de
economistas que no ven más que cifras y han convertido a los altos funcionarios
en aristócratas, que opinan que un gasto de 13.000 € es una fruslería (hay españoles
que no lo ganan trabajando honradamente en todo un año) o que el pueblo es una
molestia que hay que mantener lejos, porque huele y no tiene classsse.
Eso es algo que más o menos
sabíamos, pero ahora en la categoría de los desarrapados que deben mantenerse
alejados, aunque sea a golpes, se encuentran incluidos no sólo los simples ciudadanos
como usted o como yo: también los senadores, los alcaldes y todos aquellos que
no obedezcan las órdenes a pies juntillas o que nos vengan con sus cosas a la
hora del café, con lo molesto que es eso.
Cuentan que en el reinado de
Felipe IV se presentó ante el rey un comerciante de la corte para hacer
diversas peticiones, relacionadas con sus intereses. El Rey, que no se ocupaba
de estos temas, le dijo que era mejor que esas cuestiones que se las presentara
al valido, el Conde-duque de Olivares, a lo que el hombre respondió: “Si pudiera hablar con el Conde-duque no
habría pedido audiencia a su majestad”.
Esta gente ha
perdido el norte, creen que están colocados en su puesto por la gracia de Dios,
olvidando que en nuestra forma de gobierno, la autoridad surge del consenso de
los administrados.
Creen que pueden matar a todo un
sector económico y de paso a la provincia de León (y buena parte de Asturias),
rompiendo la palabra dada, cerrar colegios en la montaña, prohibir que la gente
siga con su medio de vida y en su tierra porque en un papel hay una cifra que
no cuadra. No importan las personas que hay detrás ni qué nos suceda a todos.
Han prendido la hoguera.
Veremos quién es capaz de
apagarla ahora.
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